En una copa de vino se encierran paisajes, relatos, recuerdos y sensaciones. Devoto reposa el elixir, en su convexa prisión de cristal, antes de convertirse en río de cauce infinito que desemboca tiernamente en los labios de su último amante, quien lo convertirá en significado y habrá consumado, por fin, la única razón de su existencia.
Una danza de texturas guarda secretos que duermen bajo tierra desde hace miles de años, y deja sentir en la piel expuesta la burbujeante ambición de Baco; mientras los mortales contemplan con ojos nuevos el aire denso de una historia vieja.
El susurro de una noche sin luna de aquella campiña de Edén, que solo existe en el recuerdo de unos pocos, se esparce desnudo en el aire. Es el heredero de una cálida invitación a la locura, a un beso de tierra que se convirtió en leyenda.
Paisajes, relatos, recuerdos y sensaciones escapan de su frontera espectral y se llenan de miradas que no saben exactamente lo que quieren, pero saben perfectamente bien donde mirar.
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María José Flores
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