Gente que mola: Carlos Santoyo y el optimismo sin condiciones

Gente que mola: Carlos Santoyo y el optimismo sin condiciones

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En su libro La suma de los días, la escritora chilena Isabel Allende recuerda las lecciones de vida que le dejó su tío Ramón; el mismo que la enseñó a no quejarse porque eso estropeaba la salud, y le reveló los más útiles instrumentos para la vida: «Memoria selectiva para recordar lo bueno, prudencia lógica para no arruinar el presente, y optimismo desafiante para encarar el futuro».

La primera vez que leí esa frase, me cautivó su belleza como parte de una obra literaria; pero también me convencí de que muy pocas personas son realmente capaces de exhibir todas esas características al mismo tiempo. Existen, sin embargo, algunos seres humanos que parecen vivir justamente así e irradian energía positiva por donde pasan. Lo sé porque tengo la fortuna de conocer a uno de ellos: Carlos Santoyo.

Cada vez que tengo oportunidad, le digo que lo admiro. Y se lo digo de corazón. Con apenas 35 años es comunicador social, especialista en gerencia empresarial y magister en mercadeo. Además, es profesor universitario, emprendedor, conferencista y asesor. Pero su gran mérito no es que haga muchas cosas, sino que las hace todas con una sonrisa.

Lo conocí hace 17 años en la Universidad Santa María. Durante un lustro compartimos el mismo salón. Siempre intervenía en clases, terminaba las prácticas rápido y sacaba buenas notas. Me caía bien porque nunca «se enrollaba» por nada y es exactamente así como lo sigo recordando.

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La vida quiso que además de estudiar, trabajáramos juntos también; en algunos medios de comunicación y en la universidad, como profesores. Hace poco le escribí para comentarle que sus «Historias de mis alumnos«, con las que celebraba los logros de la Venezuela decente, me habían inspirado para retomar el proyecto «Gente que mola«; así que reencontrarme con esta iniciativa es posible, en parte, gracias a él.

Es pragmático, escribe bien, tiene sentido del humor y unos sobrinos espectaculares de los que siempre comparte anécdotas y fotos a través de sus redes sociales; y en quienes procura sembrar los valores de la honestidad, la responsabilidad y el compromiso, para que sean ciudadanos de primera.

Cuando habla de clichés periodísticos exhibe aires de comedia stand-up, ha sido padrino de promoción de la escuela de comunicación social de la universidad Santa María más veces de las que me acuerdo y, aunque a veces escucha reggaetón mientras conduce (y tiene la osadía de compartirlo en sus estados de WhatsApp), se lo perdono porque a los dos nos gusta Shakira.

«Siempre estoy donde quiero estar», dice. Muestra de ello es que nunca lo han despedido de ningún trabajo porque, cuando siente que el ciclo terminó, toma el control de su destino y busca un nuevo horizonte. Por ejemplo, durante cuatro años hizo una pausa en el ejercicio periodístico y se dedicó a la industria farmacéutica. «Quería evolucionar en otras áreas» y lo hizo.



Recuerdo que, hace dos años, vi en su perfil de Facebook una fotografía que llamó mi atención. «Ofrecemos el servicio de alquiler de Mickey y Minie para la fiesta de tu hijo» rezaba el texto que la acompañaba. Al instante le mandé un mensaje. Fue cuando me contó de su empresa Exprésate Para Celebrar, dedicada a la producción de eventos infantiles. Un nuevo reto. Una nueva aventura que hoy en día navega sobre el velero de su buena vibra.

Ahora comienza nuevo capítulo de su historia profesional asesorando a empresas y personalidades en temas de periodismo, gerencia y mercadeo. Desde hace varios meses dicta clases de oratoria a misses. «Me encanta», confiesa, mientras me quedo pensando en el desenfado inteligente que semejante cruzada requiere.

Carlos siempre está de buen humor, algo que en nuestro país está reservado solo para los valientes. Cada vez que pongo la mirada sobre la tragedia que estremece a Venezuela, me pregunto cómo lo hace. Su secreto es concentrar esfuerzos únicamente en cosas que le generen satisfacción. Cuando le pregunté que se necesita para dejar de soñar y comenzar a hacer, su respuesta fue sencilla pero firme: Apartarse de la gente tóxica.

Aunque tiene el poder de administrar el tiempo, de motivar a los demás, de enseñar con el ejemplo y de deshacerse de los dramas, conflictos y pasiones innecesarias, para transformar su energía en resultados; confiesa que le gustaría tener un «súper poder» especial, el de acabar con los desastres naturales. También quisiera ser Superman, pero no porque ambos sean periodistas, sino porque le encantaría poder volar.

Solo me queda darte las gracias, Carlos, por dejar en alto nuestra profesión, por ser un venezolano de primera; y por tu valioso ejemplo de memoria selectiva, prudencia lógica y optimismo desafiante.

Por: María José Flores
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