Gente que mola: Ilse Marín y la humildad para afrontar los cambios

Gente que mola: Ilse Marín y la humildad como instrumento para afrontar los cambios

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Debo reconocer que nunca me sentí a gusto con la palabra «humildad». Durante mis años de universidad me dio por pensar que tenía una connotación negativa, pues la asociaba con falsa modestia y complejo de superioridad (por aquello de que «si soy humilde, soy mejor que tú»).

A pesar del uso que siempre se le dio en los medios de comunicación venezolanos, nunca confundí la humildad con la pobreza o la lástima. Siempre supe que su significado no era ese. Sin embargo, me equivocaba al creer que ser humilde era ser hipócrita porque, desde mi perspectiva, restar importancia a los logros y virtudes propias, para destacar los defectos y los errores; solo podía ser una estrategia de manipulación o un problema de autoestima severo.

Incluso conociendo la definición de la Real Academia de la Lengua Española, que la califica como una «virtud», no cesaba yo en mi absurdo empeño de atribuirle a esta palabra un concepto negativo. Sin embargo, no podía estar más equivocada. Cuando más necesitaba aprender la lección, el universo puso en mi camino a una maestra que me enseñó que, como dijo el eterno George Arliss; «la humildad es la única verdadera sabiduría que nos prepara para todos los posibles cambios de la vida».

A Ilse Marín la conocí en Madrid. Coincidimos en un bar y luego de dos horas de conversación y seis cervezas, éramos panas. Ella nació en el llano venezolano, específicamente en Altagracia de Orituco; y después de vivir en Caracas se residenció definitivamente en Maturín, mi ciudad natal. La genética de su herencia alemana le dibujó en los ojos un verde que es esperanza pura, pero ni eso, ni ser graduada en química, ni tener dos maestrías en petróleo, ni ser chef profesional de alta cocina y pastelería francesa; la han puesto en la esquina de quienes piensan que comenzar desde abajo, en un nuevo país, no es para ellos.

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Ilse es espontánea y sencilla, pero si algo la distingue es su proactividad. Pocas semanas después de llegar a España comenzó a trabajar en un puesto de comidas dentro de un conocido mercado de Madrid, en la cocina y de cara al público. Desde entonces, se esfuerza por ser excelente. Además, la experiencia le ha servido como plataforma de integración e instrumento de aprendizaje sobre la gastronomía española, un escenario sobre el que tiene agendado emprender en el futuro.

Aunque le gusta Madrid «porque es una metrópolis en la que se puede cambiar de ambiente fácilmente» y agradece con sinceridad la oportunidad que le ha brindado la Madre Patria; reconoce que le gustaría probar suerte en Alemania. Aguerrida como es, decretó que desconocer las lenguas germánicas occidentales no sería la barrera que se lo impediría, así que se inscribió en clases de alemán y encontró la manera de asistir responsablemente, sin faltar a su trabajo y sin dejar de compartir con su familia, especialmente con su hija de siete años.

«Tú haces el título y no el título a ti», me dijo. Así fue como el verdadero significado de la humildad se reveló ante mis ojos, como ante San Agustín, y comprendí por qué es la virtud necesaria para llegar al conocimiento de la verdad. La humildad de esta venezolana-alemana, dispuesta a dar lo mejor de sí misma en cada faceta de su vida (madre, esposa, trabajadora, amiga, estudiante, inmigrante, emprendedora), cosechó en mi corazón admiración y respeto genuino por su fortaleza, madurez y sabiduría para dar pasos firmes por el camino más largo, pero con metas claras y actitud positiva. Por eso, Ilse mola.

Cuando le pregunté cuál es la lección más valiosa que le ha dejado su primera experiencia laboral en Madrid, me habló del principal valor que se ha propuesto enseñar a su pequeña hija: la honradez. «El trabajo honrado no tiene por qué dar vergüenza y ante la situación de Venezuela es mejor ser camarero teniendo calidad de vida y sin olvidar que, sea cual sea el oficio al que te dediques, la honradez es algo que no tiene precio».



Dice que si pudiera tener un súper poder le gustaría volar. Después de descartar a varias heroínas del mundo de los cómics porque no se sentía identificada con ninguna, terminó aceptando que no estaría mal ser Tormenta (de los X-Men) y saber manipular el viento para elevarse a sí misma. Soy de las que cree que ni falta le hace, porque ya tiene un espíritu libre que vuela firme y alto.

Por: María José Flores
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