Chile: Llegando a un lugar que merece ser contado

Chile: Llegando a un lugar que merece ser contado

Chile se siente. Apenas desciendes del avión, te das cuenta que has llegado a un lugar que merece ser contado. Frente al funcionario de migración, la conversación pasa de lo importante a lo imprescindible y así, lo que comenzó como un interrogatorio de rutina sobre el número de vuelo y el país de procedencia; termina en intercambio de opiniones sobre el vino nacional, sus colores, sus texturas; y su fructífero empeño por conquistar sentidos y corazones al norte del continente.

Bienvenidos a Chile ¡Pasando Migración!

Son casi las cuatro de la mañana y el cuerpo reclama un café que lo despierte. De repente, un flashback. Al igual que en el aeropuerto de Barajas, no hay camino distinto al pasillo principal de una tienda Duty Free para encontrar la salida. Perfumes, habanos, chocolates… Todo parece ubicado estratégicamente para tropezar tu maleta de mano y terminar sepultado bajo una montaña de golosinas con empaques de lujo. ¿Será realmente tan alta la demanda de Toblerone en el mundo?

El aroma de la infusión que indica que un nuevo día ha llegado se abre paso entre delicias horneadas e iluminadas neveras con botellas de mil formas y colores. Nos apoderamos de un par de sillones en Bakery&Co. El capuchino estremece. El cerebro se reanima y el oído se afina ante un acento que, como canción de cuna, está preñado de palabras propias.

Tomándonos un café en el aeropuerto de Chile

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Un ramo de rosas rojas ocupa la mano izquierda de un hípster enamorado en actitud de espera. Se le nota ansioso. Más de media hora tomando expresos me hace sospechar que ha llegado muy temprano. ¿A quién estará esperando?

Mientras lo observo comienzo a imaginar historias. Me paseo desde la ilusión de un “cásate conmigo” hasta el arrepentimiento suplicante de un “dame otra oportunidad”; pero no logro conjeturar el final. El grito espontáneo y sonoro de un garzón que le hablaba a una de sus compañeras me hace aterrizar de repente: «¡Epa, carajita! ¿cómo está la vaina?».

«Ese acento lo conozco yo» pienso en voz alta, al mejor estilo venezolano; pues compatriota que se respete tiene la costumbre lingüística de reiterar innecesariamente el sujeto de la oración al final de la misma. Crucé la mirada con Enrique en sorprendida complicidad. «Ese también es de por allá arriba», me dice sonreído mientras se dispone a saborear una medialuna.

Así están los bares del aeropuerto de Chile a las 5 de la mañana



El sueño golpea con ferocidad. El manto negro de la noche cubre el aeropuerto y arropa a viajeros que duermen sobre los asientos que se disponen frente al café donde estamos y un bar contiguo. El sol todavía no sale y comienzo a ver copas de vino circular a mi alrededor. Que maravilla. Siento que estoy en el lugar correcto.

«¿De dónde eres tú?», preguntamos al bullicioso garzón solo para confirmar lo que ya sabíamos. «De Venezuela», dice. «Ustedes también, ¿verdad?».

Volando en pasado

Al país de los contrastes increíbles llegamos en un vuelo de la colombiana Avianca. De la escala en Lima nos trajimos la experiencia de haber probado por primera vez Inca Cola, un refresco que sabe a fiesta infantil. La comida peruana, como era de esperarse, es deliciosa incluso en la simplicidad inherente a un pequeño restaurante de aeropuerto. Eso sí, en el Jorge Chávez los precios son altos y en dólares. Los baños, pequeños y antiguos. Las esperas, largas e incómodas. Quizás el cansancio nos jugó una mala pasada.

Aeropuerto de Lima, en la escala hacia Santiago de Chile

En el vuelo Perú-Chile conocimos a Virginia, quien por esas cosas del destino vive desde hace 10 años en Virginia Beach, al este de Estados Unidos. Su «novio gringo» solo conoce un par de palabras en español y le tiene miedo a volar, pero hace el sacrificio de enfrentarse valientemente a sus temores solo por ella y sobrelleva la experiencia gracias al whisky con Coca Cola.

Virginia hablaba alto y fuerte. Todos los pasajeros del avión se enteraron de cuánto ama a su perro, de cómo ha olvidado muchas palabras en español y de lo feliz que estaba por ir a visitar a su familia. Confieso que cuando me dijo que no podía irme de Chile sin probar una «empanada de pino», me imaginé un pastelito relleno con hojas de Árbol de Navidad, pero la verdad es que desde el descubrimiento del british pasty nada me había parecido tan adictivo. Los números que arrojaría la balanza al volver a casa darían cuenta de ello.

La madrugada hacía de las suyas cuando llegamos al Aeropuerto Internacional «Comodoro Arturo Merino Benítez», mejor conocido como Aeropuerto Arturo Benítez (SCL) o Aeropuerto de Santiago-Pudahuel. En mi mente iba cantando: «Y no me digas ¡pobre! por ir viajando así; no ves que estoy contento, no ves que voy feliz».

Estructura del aeropuerto de Santiago de Chile

Veintiséis años han pasado desde que Jorge González cantó por primera vez «Tren al Sur» con Los Prisioneros, la banda chilena de rock y pop más influyente en la escena musical latinoamericana. Es que Chile sabe a vino tinto, huele a mar embravecido y suena a los primeros acordes de «Estrechez de Corazón».

El nombre actual del aeropuerto hace honor al primer comandante en jefe de la Fuerza Aérea de Chile. El Comodoro Benítez también fue creador de la Línea Aero-Postal Santiago-Arica, que posteriormente derivaría en la Línea Aérea Nacional (LAN). La terminal está ubicada en Pudahuel, una comuna del sector norponiente de la capital. El territorio chileno se divide en 15 regiones integradas por 54 provincias, en las que hay 346 comunas.

Siempre he pensado que un viaje es más que un simple desplazamiento físico. Los viajes, además de geográficos, son también espirituales, intelectuales, culturales, emocionales. Ese día tuve un buen presentimiento. Algo me decía que Baco había viajado en primera clase.

Salió el sol y abordamos un Transvip rumbo a la comuna de Providencia, que debe su nombre a un antiguo convento de las monjas de la Divina Providencia que funcionaba en el sector y que en 1989 fue declarado «Monumento Nacional Iglesia de la Divina Providencia».

Ya sumaban 24 las horas que teníamos sin dormir, pero ni siquiera un desplazamiento perfecto sobre la Costanera Norte nos reconcilió con el sueño. Era imposible cerrar los ojos ante esa imponente cordillera andina delineada en ocres. La brisa fría de la montaña acariciaba la ciudad mientras le susurraba al oído que un nuevo día había llegado y, con él, la posibilidad de una nueva aventura y una nueva historia; que comenzaría más pronto de lo que imaginábamos…

En la ruta hacia el hotel en Santiago de Chile

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