La belleza de Bilbao es alimento para el cuerpo y el alma

La belleza de Bilbao es alimento para el cuerpo y el alma

El imponente cauce del Nervión dibuja sobre Bilbao la silueta de mil leyendas. El río, que se rinde sobre el Mar Cantábrico, arrastra en su cauce los besos de la lluvia que riega la ciudad y sus alrededores durante casi todo el año, regalándole esos colores que la hacen lucir tan viva.

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Ubicada en la provincia de Vizcaya, Bilbao es la ciudad más poblada del País Vasco. Sin embargo, esta comunidad autónoma no tiene capital con reconocimiento jurídico. De hecho, es en la ciudad de Vitoria (provincia de Álava) donde se encuentra el parlamento y la residencia oficial de gobierno. La tercera provincia de Euskadi es Guipúzcoa y de su capital, San Sebastián, nos hablaron maravillas durante este viaje, por lo que espero conocerla próximamente.

Bilbao es, en una palabra, espectacular. Lamentablemente solo tuvimos oportunidad de visitarla durante dos días; pero fue tempo más que suficiente para enamorarnos de sus paisajes, sus edificios y, muy especialmente, de su gente.

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Nos comentaron que por estos lares llovía muchísimo pero, por fortuna, durante nuestra visita no fue necesario usar paraguas. Sin embargo, la humedad es muy alta y mi cabello se enteró apenas llegamos, así que el alisado con plancha de la noche anterior decidió no oponer resistencia y entregarse al viento sin inhibiciones.

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Esta villa rodeada de montañas me recordó la alegre Comarca de los Hobbits de Tolkien. Aunque no puedo asegurar con certeza que el creador de El Señor de los Anillos se haya inspirado en este rincón del mundo para crear sus entrañables personajes, me genera curiosidad que Bilbo (al igual que el famoso tío de Frodo) es el nombre en euskera de esta impresionante ciudad.

Sin embargo, entusiasta como soy de la obra del escritor británico; no he podido evitar hacer tres comparaciones entre los bilbaínos y esta raza de seres antropomorfos. La primera de ellas es que viven en un lugar hermoso, donde la naturaleza es un privilegio para los sentidos y el verde más intenso y vibrante contagia la sonrisa tranquila del que sueña.



La segunda cosa que tienen en común es que los hobbits son amantes de la buena mesa y, la verdad sea dicha, la comida en esta ciudad al norte de la península ibérica merece libros enteros de halagos y alabanzas. No en vano, la comida vasca es una de las más reconocidas de Europa, y es que los peces del Cantábrico y un ganado de altísimo nivel son la materia prima ideal para elaborar auténticas delicias. Desde afamados restaurantes con un buen puñado de Estrellas Michelin al hombro, hasta los eternos bares de la esquina; en Bilbao se come rico y bueno.

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Finalmente puedo decir, y es para mí la coincidencia más importante, que si en algo se parecen los habitantes de esta urbe a los más nobles personajes de la Tierra Media, es en la amabilidad y simpatía que derrochan por donde van. Incluso más allá del hotel, restaurantes, bares o atracciones turísticas, la gente en las calles es sumamente cordial.

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Tan sociables y extrovertidos son los bilbaínos que, en más de una oportunidad, mi esposo y yo conversábamos sobre cualquier cosa mientras esperábamos la luz peatonal para cruzar la calle, y las personas se involucraban espontáneamente en la conversación, así sin más, para resolvernos dudas o darnos consejos.

Ciudad de contrastes

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Una de las cosas que más llama la atención de Bilbao es que la mayoría de sus edificios tienen formas cuadradas o abstractas. Incluso el diseño de balcones y portales se caracteriza por esas líneas recias que le otorgan un aire vanguardista y moderno, que definitivamente cautiva. Se trata de una ciudad elegante, que se siente sofisticada y seductora. Cada una de sus calles es, como diría el poeta vasco Marcos Santander, «una calle que, en sí misma, es el alma de un lugar».

Se sabe que durante el siglo XIX fue la segunda región más industrializada de España (después de Cataluña), lo que generó una importante explosión demográfica. Tiempo después, y luego de superar una profunda depresión económica, resurgió cual Fénix y su crecimiento ha sido sostenido. Tanto así que en el año 2010 la ciudad recibió el premio Lee Kuan Yew World City Prize (considerado el Nobel del urbanismo), como reconocimiento por su transformación urbana.

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Basta apreciarla en su conjunto para darse cuenta que arquitectónicamente es bastante futurista, lo cual contrasta de alguna manera con el hecho de que el euskera, el idioma de los vascos, es la lengua viva más antigua de Europa (algunos lingüistas sostienen que nació hace 15 mil años, entre los habitantes de las cuevas de Altamira, Ekain o Lascaux) .

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Uno de los íconos de la ciudad es el Museo Guggenheim, diseñado por el arquitecto canadiense Frank O. Gehry (el mismo que diseñó el Museo de la Biodiversidad en Ciudad de Panamá). Lamentablemente no pudimos entrar pues permanece cerrado los lunes, pero me habría gustado muchísimo conocer su colección de arte moderno. Cuando se observa desde el Nervión, su imponente estructura curvilínea, recubierta con titanio, evoca a un barco.

El museo está ubicado junto al Puente de La Salve, en el punto del río donde los marineros que venían del puerto divisaban, por primera vez, la iglesia de la Virgen de Begoña, patrona de Bilbao. Un dato curioso es que esta advocación mariana es también la patrona de Naguanagua (Carabobo, Venezuela).

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En los alrededores del museo, Enrique y yo fuimos testigos de otro contraste interesante. Como nos hospedamos en el hotel Bilbao Plaza, llegamos hasta el Guggenheim después de recorrer el paseo Campo de Volantín, atravesar el puente Zubizuri y continuar por el paseo de Uribitarte. Así, la primera imagen que tuvimos del museo fue la parte posterior, donde se encuentra «Mamá», una gigantesca araña de bronce, acero inoxidable y mármol, de 22 toneladas.

El arácnido, que impacta por el aspecto temible de sus escalofriantes patas, largas, delgadas y grotescas; es obra de Louise Bourgeois, una artista plástica francesa reconocida por inspirarse en temas profundos y dolorosos.

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Después de la foto de rigor (y agradecerle a Dios que semejante figura no cobrara vida) pasamos del terror a la ternura. Al bordear el museo y ubicarnos frente a su entrada principal, otro animal gigante acaparó nuestras miradas para trasladarnos, en un chasquido de dedos, al controvertido kitsch del estadounidense Jeff Koons, en una de sus obras más emblemáticas.

Como inicialmente lo vimos por la parte de atrás, sus puntiagudas orejas me recordaron a un minino y,  retando a Enrique, le dije: «Mira, un gato gigante»; pero una pareja de abuelos que caminaba cerca de nosotros me interrumpió amablemente: «En realidad es un perro y se llama Puppy, un cachorro de Westie».

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Puppy es una obra de 15 toneladas realizada por Koons en 1992, que consiste en una estructura de acero recubierta con plantas y flores naturales, que se reemplazan dos veces al año. Entre los bilbaínos es común bromear diciendo que como primero tuvieron al perrito, después fue necesario hacerle «la casita»; en clara alusión a este fantástico West Highland white terrier de más de 12 metros de altura y al impresionante museo, inaugurado cinco años después.

Comer y beber como se debe

Uno de los videos que más he visto en YouTube en los últimos años, es una presentación de Leo Harlem en el Club de la Comedia en el que, entre otras cosas; dice que en Madrid se come bien, pero en Bilbao «sin conocimiento». Según el comediante, «son platos que imponen tal respeto que, cuando sobran, los metes en el frigorífico y se van los yogures humillados».

En la ciudad más habitada del País Vasco y sus alrededores hay referentes gastronómicos como Azurmendi, Mina, Nerua, Etxanobe o Zortziko entre muchos otros restaurantes de renombre internacional. Sin embargo, el placer de comer y beber como Dios manda no es un privilegio exclusivo de estas cocinas premiadas. Desde un modesto establecimiento alejado del centro de la ciudad, hasta esos bares ultra chic que se consiguen en los alrededores de su Plaza Mayor, en Bilbao da gusto comer.

Me llamó la atención que cuando pides una cerveza en un bar, siempre te preguntan si la prefieres rubia o morena (clara o tostada), pues en casi todos existen las dos variantes de la espumante en los grifos y en algunos, incluso, la versión de bodega (fresca, sin pasteurizar). Por otra parte, en Bilbao los tragos no incluyen un aperitivo,  como sí ocurre en Madrid o Alcalá de Henares. Los famosos pintxos se venden por un precio aparte de la bebida, que varía de acuerdo a los ingredientes y la ubicación del establecimiento.

También es muy común que, en lugar de una o dos tortillas de patatas; en las barras de los bares sea posible escoger entre cinco o más versiones de este plato típico español; algunas con adiciones especiales como jamón york, pimientos de piquillo, nueces, tomates secos y hasta txaka (palitos de cangrejo).

No falta quien pueda considerar que comer y beber en Bilbao es costoso, en comparación con otras zonas del país, pero aquí los sueldos son más altos que en el resto de España (1.950 euros mensuales en promedio), de acuerdo al Instituto Nacional de Estadística; y los vascos están acostumbrados a tener un estilo de vida relativamente más alto.

Recomendaciones

Este viaje surgió por la necesidad de renovar mi pasaporte venezolano. Debido a la alta demanda de solicitudes en el consulado de Madrid, las citas para la consignación de documentos y toma de huellas se tardaban demasiado; así que la solicitamos por internet en el de Bilbao.

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De la capital española salimos a bordo de un tren Alvia desde Chamartín, en un viaje sin escalas que hizo paradas en Segovia, Valladolid, Burgos, Miranda Ebro y Llodio; antes de llegar a destino. El hotel donde nos hospedamos se encuentra a 600 metros de la estación, así que llegamos caminando. En el camino tuvimos la feliz ocasión de pasar por una pequeña plaza llamada Venezuela, donde se encuentra un busto de Simón Bolívar, obra de L. Ibarra, levantado en 1989.

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Bilbao Plaza es un hotel de dos estrellas que, por su atención de su personal y la comodidad de sus habitaciones, merece cinco y hasta más. Ubicado frente al Nervión, se encuentra a dos cuadras del Consulado de Venezuela.

¿La mejor parte? No tuvimos necesidad de gastar dinero en taxis porque la ubicación es estratégica. El hotel queda cerca de la estación de trenes, cerca del consulado, cerca del centro de la ciudad, cerca de la zona de los mejores bares de pintxos, cerca de los museos, cerca del funicular y, con relación a otras opciones de la zona, sus precios son mucho mejores sin sacrificar comodidad, limpieza y buen trato.

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Cuando llegamos nos recibió Itziar, la recepcionista de hotel y una de las personas más amables y simpáticas que he conocido. Entre las cosas más interesantes de este lugar está el símbolo que se deja ver en la entrada y las tarjetas de visita. Se trata una obra de arte de Donald Paul Montague ubicada en el lobby del edificio, que representa gotas de agua sobre el río, usando el triángulo esférico como representación del cambio y la expansión.

Una característica especial del Bilbao Plaza son los detalles con los que rodean a sus clientes, como toques de diseño y guiños al arte, con esculturas exclusivas y fotografías de autor por los rincones. Así me lo confirmó su gerente, Félix Sanabria, quien asegura que, además del servicio y la ubicación, esta opción de hospedaje se distingue por ser cercana, cálida y «algo más que cuatro paredes».

“Bilbao ha cambiado mucho y también se adapta muy bien a los cambios del mundo que vivimos. Es una ciudad moderna y la sensación que se lleva la gente es muy positiva. Los visitantes llegan buscando cultura y gastronomía, y a la gente de aquí le gusta ese tipo de turismo; por eso somos tan hospitalarios”, me dijo.

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A la plaza de la estación del funicular en Bilbao se llega por la calle Castaños y, trasladándonos en esta especie de ferrocarril inclinado, llegamos al Mirador de Artxanda; en una de las montañas que bordean la villa y desde donde se puede ver la ciudad en todo su esplendor.

Al salir de la estación en la montaña nos conseguimos con «El Engranaje», una enorme pieza original del primer Funicular de Artxanda (1915). Caminando hacia la izquierda llegamos al mirador, donde se encuentra una gran huella dactilar. La escultura, de Juan José Novella, es un homenaje a las víctimas de la Guerra Civil española.

A la derecha de la estación se encuentra el restaurant Txakoli, de singular belleza, donde probamos lo que sería mi delirio durante las horas que nos quedaban en Bilbao: el «pastel de arroz» que, valga acotar, no lleva arroz. Es una especie de tartaleta de hojaldre cerrada y rellena de algo parecido a la natilla. La verdad es que no sé explicar muy bien cómo está hecho, pero lo que sí puedo decir con total propiedad es que, cada vez que pienso en ellos, quiero uno.

También conocimos las famosas «carolinas», otro postre típico de Bilbao, hechas con un cono de merengue (parecido a un suspiro, pero más suave y más grande) sobre un pastel de arroz. Se dice que fueron ideadas por un pastelero bilbaíno hace más de medio siglo, para su hija llamada Carolina, a quien le encantaba el merengue, pero no le gustaba ensuciarse las manos cuando lo comía.

Pero estos dulces no son la única referencia curiosa en torno al nombre Carolina en esta vibrante ciudad vasca. Junto al puente Euskalduna, en Museo Marítimo Ría de Bilbao, se puede ver una enorme grúa cigüeña de color rojo, construida en los años 50’s y conocida como «Carola»

Funcionó hasta el año 1984. El gerente del hotel nos contó que la estructura debe su nombre una mujer que cruzaba el río para ir a su trabajo y, cada vez que pasaba, los trabajadores del astillero donde funcionaba paraban la producción, y subían hasta lo alto de la grúa, para admirar su belleza.

Para salir tomar unas copas les recomiendo visitar La Mula de Moscú, un bar de cocteles ubicado en la calle Alameda Recalde de Bilbao con una decoración minimalista y de buen gusto. Allí tuvimos la grata ocasión de disfrutar un Rioja gran reserva, ideal para celebrar nuestro paseo por una ciudad hecha a la medida de los sibaritas.

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El establecimiento ofrece más de 30 combinados diferentes y sus pintxos, además de originales, están riquísimos. En La Mula de Moscú todos los detalles están perfectamente cuidados y la atención está a cargo de verdaderos profesionales de los cocteles, que han creado un concepto chic y estilizado, donde (por si acaso) no faltan las cervecitas de toda la vida.

Por casualidad conocimos también Novecento Cafetería, en la calle Múgica y Butrón, muy cerca del consulado. Allí nos atendió una señora muy simpática a la que le pedimos dos copas de Ribera del Duero. Ella nos explicó que en la mayoría de los bares que están fuera de la zona turística el vino que se pide es de Rioja y eso fue exactamente lo que nos dio. Resulta fácil de entender que así sea, pues esta comunidad autónoma famosa por sus tintos es vecina del País Vasco (unos 145 kilómetros al sur de Bilbao).

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Definitivamente Bilbao es una ciudad a la que tengo que volver; y que impacta no solo por su arquitectura y su comida; sino por su energía y su belleza única. Fue en 1904 que el poeta bilbaíno Miguel de Unamuno publicó su famoso artículo «Alma Vasca» y sobre su pueblo dijo:

«Para alegría, la de mi país; una alegría como la del sol que sonríe entre jirones de nubes, sobre las montañas verdes, al través de la lluvia no pocas veces; una alegría agridulce, como la del chacolí o la sidra. Suele ser la alegría de dentro, no la que el sol os impone, sino la que brota del estómago saciado; no del cielo, sino del suelo (…) mi pueblo no es triste; y no lo es, porque no toma el mundo no más que en espectáculo, sino que lo toma en serio; no lo es, porque estará a punto de caer en cualquier dolencia colectiva, menos en esteticismo. El día en que pierda la timidez, cobre entera conciencia de sí y aprenda a hablar en un idioma de cultura, os aseguro que tendréis que oírle, sobre todo si descubre su hondo sentimiento de la vida: su religión propia».

Los invito a conocer Bilbao para que sientan, hoy, aquello que uno de los escritores más reconocidos del mundo pudo ver hace 113 años. Bilbao es, en sí misma, una divinidad.

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