Un reencuentro con mi infancia en "El Circo de Hielo" de Madrid

Así me reencontré con mi infancia en «El Circo de Hielo» de Madrid

Cuando era niña me encantaba el mes de diciembre. En mi «país tropical» no teníamos nieve, ni chimeneas, ni usábamos abrigos con bufandas o gorritos. Sin embargo, los referentes al invierno de los países del norte siempre estaban presentes en la decoración y las tarjetas de Navidad.

Copo de nieve - circo-hielo-madrid

Bajo el radiante sol del oriente venezolano nunca faltaron, durante mis vacaciones escolares decembrinas, días enteros dedicados a leer cuentos y ver programas de televisión sobre El Expreso Polar, El Cascanueces, el Grinch, Rodolfo El Reno; y otras historias con temperaturas bajo cero.

Entre todos aquellos relatos, había dos que atesoraba profundamente porque año tras año me transmitían esa magia que llena de significado esta época del año: el «Cuento de Navidad» de Charles Dickens y «La Reina de las Nieves» de Hans Christian Andersen.

La primera es la historia de un alma fría, que se vuelve cálida al comprender lo más importante de nuestro tránsito por la vida. La segunda, habla de emociones que descongelan corazones y adultos que siguen siendo niños… ¿No se trata de eso, precisamente, la Navidad?

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Ahora que vivo en Madrid, y el invierno está por llegar, me permito honrar a la niña que fui y he podido hacerlo, en gran medida, desde que fui a El Circo de Hielo; un espectáculo de Productores de Sonrisas que me recordó la transformación de Ebenezer Scrooge y la cálida resurrección de Kay gracias a los sentimientos de Gerda.

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Google Maps nos hizo tomar la ruta larga. Una incipiente lluvia a cinco grados centígrados nos fue poniendo en contexto. Ante nuestros ojos, las luces sobre la imponente carpa blanca en el Escenario de la Puerta del Ángel iluminaban la Casa de Campo.

Antes de entrar, nos perdimos en la fascinación infantil del algodón de azúcar, las palomitas de maíz y el fondue de chocolate. Al ubicarnos en nuestros asientos, una pista circular de hielo, con más de 16 metros de diámetro, presagiaba la belleza de un arte con estándares olímpicos.



El espectáculo de El Circo de Hielo cuenta la historia de un excepcional escultor capaz de tallar las más hermosas figuras. Conocido como «el jardinero de hielo», lanzó un hechizo que congeló todo a su alrededor después que unos jóvenes destrozaran accidentalmente su obra maestra, pero en su jardín todo vuelve a la vida por un instante cada cien años.

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Su corazón también se volvió duro y frío, pero la magia de una pequeña patinadora le devolvió su cálido y continuo latido, mientras las manecillas de un gran reloj otorgaban movimiento a intrépidos artistas del patinaje sobre hielo, acrobacias, equilibrismo, comedia y música en vivo.

La iluminación, a cargo de Juanjo Llorens, es una maravilla de sofisticada belleza, capaz de transportar a los asistentes en el tiempo y el espacio. El espectáculo, producido por Manuel y Rafael González Villanueva (los mismos de El Circo de los Horrores), y dirigido por Suso Silva, se desarrolla sobre una escenografía de Fito Dellibarda, con una coreografía del campeón ruso Ilya Gurylev.

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Sobre la pista de hielo se destacan excelentes patinadores pero, más que eso, se trata de una expresión circense de altísima factura en la que no faltan números clásicos, de esos que evocan las prácticas de acrobacia en los orígenes de la cultura mesopotámica; sin dejar de lado las expresiones vanguardistas del arte contemporáneo, una impecable estética surrealista y una interpretación musical llena de carácter y personalidad.

Una demostración impresionante de la técnica de suspensión capilar, a cargo de la portuguesa Gloria Rodrigues Abreu dejó sin palabras al público; así como la creación de curiosas figuras de sombras, que con sus manos hizo el español Sergi Buka. Mi acto favorito tuvo como protagonista a la prodigiosa violinista María López, quien doblega a una expresiva patinadora, entre un furioso mar de luces y acordes electrónicos.

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El vestuario (una obra de arte de Nuria Manzano) logra conectar a los personajes con las emociones del público de forma fenomenal. Así, es muy fácil identificarse con la pequeña patinadora que hace resurgir la vida misma, en un helado jardín de hielo.

Al finalizar la jornada, las sensaciones de leer a Dickens y Andersen se revelaron ante mis ojos como esa energía bonita y buena que transforma los días posteriores al solsticio de invierno en villancicos, campanas y coronas de adviento. Entonces, pude viajar hacia un lugar que ya no existe y mirar a los ojos a la niña que ya no soy, mientras leía un libro que nunca leí, en el que la ilusión viajaba desde las cálidas aguas del Caribe hasta un circo de hielo, en el corazón de Madrid.

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